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Han pasado ya algunos años desde que el corazón reclamaba lo que lo hacía arder y no paró hasta conseguirlo. Dios no deja de pelear por lo que es suyo y tanto lo quiere que hace de todo para conquistarlo, (literal de todo) déjame contarte cómo pasó y como es que la Compañía de Santa Teresa de Jesús no solo se ha vuelto mi familia sino el medio para llevarme a Él.

Años atrás había en mi corazón deseos muy grandes de encontrar una forma de relacionarme con Dios, de escucharle, de hablarle, de vivir la vida con él, ansiaba poder conocerlo y acercarme al Jesús que sabía me había llamado. Muchas veces me preguntaba así como María lo hizo en aquel día en el que el ángel se le apareció – ¿Cómo será esto?-  Pues una cosa es desearlo pero otra más grande es poner los medios para conseguirlo. Me detuve, comencé a cuestionarme la vida profundamente y a partir de ese instante estaba dispuesta a no dar marcha atrás; “¿Qué estoy haciendo para conseguir mi felicidad?, ¿Cómo y dónde te puedo amar? ¿Cuál es mi lugar en el mundo?” Una vez que tomé enserio mi propia vida las respuestas empezaron a llegar, no tuve que ir afuera a buscarlo a donde solía recurrir, sino que esta vez cambie la estrategia y fui adentro, busqué en lo profundo de mi corazón y las descubrí como un tesoro precioso que había estado siempre ahí pero no había sido abierto. 

Así que decidí emprender un viaje emocionante dentro de la Compañía, donde se me ofreció un espacio para disponerme a vivir la vida misma. Al inicio parecía una locura, había que renunciar al trabajo, al tiempo con mi familia, a mis amigos, al lugar de residencia para vivir todo un año de voluntariado y experiencia dentro de una comunidad con teresianas, me detuve por un momento y pensé: ¡No voy a poder! Pero recordé que las respuestas a mis preguntas anteriores venían del fondo del corazón y ese deseo de tenerlas y hacerlas vida era más grande que todo lo que podía ver y tocar, sabía que necesitaba darme el tiempo y el espacio para tomar las riendas de mi vida y estaba decidida a hacerlo. 

La Compañía de Santa Teresa de Jesús, no solo me ha dado la oportunidad de vivir en comunidad para discernir mi vocación, sino ahondar en mi persona, en los demás y por supuesto en el misterio de la persona de Jesús a través de la herramienta más poderosa; la oración, que poco a poco he aprendido a vivirla como amistad y encuentro.

Vivir en comunidad alienta, motiva el alma, dispone al amor. Frente a mí no solo está la vocación sino una decisión diaria de vida que interpela al corazón para vivir de cara a quien llama e invita. La experiencia de conocimiento a través de la oración no la he vivido sola, me acompañan otras que como yo, estamos en la búsqueda diaria de la voz que ilumine nuestro caminar y mueva nuestras manos y pies para construir ese Reino al que somos convocadas.

Ha sido un proceso fascinante, encontrarme y dejarme encontrar, escucharme y guardar silencio para escuchar, aprender a discernir entre lo que viene de mí, de mis adentros más profundos como lo son mis heridas pero también la voz de Dios. Es un ejercicio que pone a prueba el alma, que desatora lo que hay dentro con un solo fin; liberar para más amar y dejarme amar.  

Hoy después de este año de experiencia puedo asegurar que Dios me encontró, que la vocación es solo un pretexto para reordenar, manifestar su amor y regalarme el mayor tesoro; una relación que se integra en el presente, que crece y se fortalece en la medida que escucho, comparto y me vinculo. Y si te estás preguntando ¿Qué pasó con la vocación? ¡Dije sí! Sí a la familia teresiana, a la misión apostólica, a mis hermanas, sí al bien común, al aprendizaje y construcción de un mundo humanizado que libere y transforme ¡Dije sí a Jesús!

Gaby Quiroz

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