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Sueño con un corazón deforme, asimétrico, parchado y reconstruido. Sueño que un día me pidan dibujar mi corazón y no sepa si dibujar un incendio, un camino, una playa o una obra en construcción. Quiero que mi corazón sea una ventana, pero que lo que se vea a través de ella no se pueda delimitar, un corazón que sea siempre una vía de paso, un espacio de descanso, un lugar de encuentro, un camino a mis sueños y una escucha amorosa de los sueños de los demás.

No quiero un corazón convencional, con vías de acceso claras e historias con punto final, no quiero una serie de reglas sobre cómo se puede transitar, no voy a permitir que mi corazón se llene de muros que me impidan saberme amada o me impidan amar.

Sentada en El Refugio, el albergue para personas migrantes en el que soy voluntaria, me reconozco concentrada en la forma en que se ha ido construyendo ese lugar y paso por mi corazón cómo ha ido cambiando a lo largo de los años; dos enfermerías, tres roperías, cuatro diseños de cancha y cinco cuartos más. No puedo no sonreír ante las paredes disparejas que ponen de evidencia la construcción a destiempo y pienso en aquellas resbaladillas que son más tendederos de ropa o aquél letrero empolvado con reglas de estancia que se pasan por alto cada que se analiza una situación en particular.

El Refugio siempre ha sido ese lugar, uno que ante la realidad que atiende se ha dejado moldear. Un lugar asimétrico, en constantes vías de construcción, a veces desbordado, siempre cambiando. Un lugar que crece día a día y que constantemente tiene que volver a comenzar, porque la realidad cambia, porque la gente pasa, porque la vida es eso; movimiento que invita a replantear cómo podemos servir más.

Sueño con un corazón como el Refugio, que sepa abrir sus puertas de par en par, que se deje siempre moldear, quiero un corazón de paso y también de estancia temporal, quiero que sea la realidad la que me construya y me vaya enseñando cómo puedo amar más.

Y mientras más sueño más volteo a mi historial, las historias de amor que me acompañan, las historias de amor que puedo contar; historias de amor que me construyen, aquellas que me enseñan que el corazón está para darse y que eso puede con todo lo demás.

Aprendí que el amor de mi abuela es poder convertir su casa en fiesta y acogida con cualquier motivo y con ninguno. El amor de mi padre es una confianza que se traduce en libertad. El amor de mamá está en su cuerpo, es cicatriz en vientre y sonrisa al verme, lágrimas en mi partida y lo que en su corazón ha de guardar. El amor de mis amistades es una incansable capacidad de estar, dejarme ir, esperar mi vuelta y  abrazarme al llegar.

Y ante tanta gente en mi vida con un corazón capaz de amarlo todo en medio de la movilidad, reconocer tanto amor en mi historial me vuelve inevitable preguntar, ¿cómo puedo yo amar?

Sentada en el patio del Refugio hoy creo que puedo contestar: quiero amar a corazón abierto, desde lo que soy capaz, desinteresadamente, siempre en libertad. Puedo amar en las palabras, puedo amar en los encuentros, puedo amar en la presencia, puedo amar en la distancia y puedo amar en soledad.

Sueño un corazón que se duela y se doble de risa,

uno que siempre se pueda asombrar,

un corazón que se sepa vulnerable

uno que siempre sueñe con dar más.

Sueño con un corazón en llamas,

uno que no tema incendiar todo al caminar.

¿Cómo amo? ¿Cómo me dejo amar?

¿Cómo es el corazón que quiero al mundo dar?

Camila Bernal

Un comentario en «<strong><em>¿Cómo amar?  </em></strong>»

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