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Hay momentos en mi niñez que vistos desde fuera parecieran nada pero que para mí fueron pasos importantes: la primera vez que decidí cómo cortarme el pelo, el primer outfit que elegí o cuando supe llegar a mi casa en transporte público. En todas estas ocasiones hubo pequeños logros que ahora son cotidianos, pero en ese tiempo me hicieron sentir orgulloso de mí. 

Sin embargo, también en todos ellos algo pudo salir o salió terriblemente mal, elegir ropa de frío durante el verano, elegir un corte que pareciera mordida de burro o tomar el camión equivocado y acabar en una orilla de la ciudad. Y es precisamente esto lo que me importa, en estas decisiones yo era la única persona responsable, yo cargaba con mi triunfo o mi fracaso.

Y es que vivir es eso, tomar decisiones, decidir a cada paso el camino a seguir sabiendo que elegir es hacerse responsable de lo que se elige. Cuando somos niños, niñas, son otras personas las que deciden por nosotras: papá, mamá, abuelas o alguien más, pero siempre hay alguien que nos ayuda a saber por dónde caminar y que carga con las consecuencias de lo que sucede. 

Conforme vamos entrando a la vida adulta tenemos que hacernos cargo, lo cual puede llegar a ser agobiante como al pagar impuestos o prender el boiler, y nos genera mayor ansiedad en decisiones más trascendentes como ¿qué estudiar? ¿qué hacer con la vida? ¿mudarse o no?, en todas ellas podemos fallar y siempre queremos tomar la mejor decisión. 

Justo por eso es necesario reconocer que para decidir no estamos flotando en el vacío, elegimos para algo, y desde la lógica cristiana ese algo es la vida en abundancia para todos y todas. La experiencia acumulada de la Iglesia nos ha regalado una manera de tomar decisiones eligiendo siempre lo que más nos llevará al sentido de nuestra existencia: el discernimiento. 

Discernir es un proceso que ayuda a reconocer pistas para saber por dónde caminar, encontrando la voz de Dios en todas las cosas. Solo necesitamos saber escuchar la realidad y poner atención a nuestro sentir para tener luz y dejarnos llevar por el soplo de la Ruah, la respiración del mundo. Seguir ese impulso es lo que hace plenamente feliz no solo sino en compañía, siempre construyendo mundos donde la vida pueda seguir brotando.

Si tú no decides tu vida, alguien más va a decidir por ti y te va a cargar con el costo de sus elecciones. Discernir nos ayuda a tomar la vida en las manos, buscar nuestro sentido y encontrar el amor divino en todo y en todas las personas. Es riesgo, pero sin duda es uno que vale la pena.

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