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Prefiero que lo sepas por mí, porque luego se inventan cada cosa… o también cuentan lo que yo no considero importante: que si me elevaba cuando rezaba, que si mucha penitencia, que si …

Mira, yo era como tú. De niña, inquieta y soñadora… bueno, también de joven y de adulta… pero mis sueños iban siendo diferentes. Nací en Ávila, España, que es una ciudad preciosa. Para darte una idea, busca en youtube algún video de esos que toman desde un dron… verás las murallas, plazas, iglesias… hasta parece un gran castillo.

¿Sabes que murió mi mamá, Beatriz, cuando yo era adolescente y entonces me metieron a un internado?  Recordando todo esto años después, aprendí lo mucho que influyen las amigas y amigos para tomar decisiones de las que seguramente me habría arrepentido después. Mi papá, Alonso, se dio cuenta y por eso me internó. 

¡Ya te imaginas qué drama! ¡ninguna de mis amigas estaba ahí! Pronto me adapté. Lógico, no iba a estar llorando todo el tiempo. Además, me gustaba pasarla bien y ser feliz. Así que pronto hice amistades. Estaba de encargada una monja buena onda y también profunda. Me gustó esa combinación y me ayudó a recordar y reforzar las cosas buenas que aprendí en familia.

El año y medio que viví ahí fui escuchando mejor a mi corazón, me di cuenta que quería servir a Dios, ¡pero no como monja pues eso me asustaba!, aunque también me daba miedo casarme.  Estaba yo muy tensa, tanto que empecé a somatizar y me puse muy enferma. Fue la oportunidad para reflexionar y leer libros más profundos.

Tenía 20 años cuando entré al convento de La Encarnación. Ahí estaba mi amiga Juana y pensé ‘no estará tan mal la cosa’. ¡éramos como 100 monjas!, sí, leíste bien: como 100.  Así que yo era ‘una de tantas’.  Como siempre, Dios sobrepasó mis expectativas. Empecé a hacer oración, aunque no tuviera ganas o no sintiera bonito. Me sentía dividida, a ratos vida de oración y en muchos momentos, vida superficial, insípida, indefinida. 

Fui tomando conciencia de lo mucho que me amaba Dios y de lo poco que correspondía a Su amor. Aunque confié demasiado en mí misma durante 20 años, un día no pude más y sucedió, que, viendo una imagen de Jesús con muchas llagas por los azotes de su Pasión, no paré de llorar y dentro de mí, en lo más profundo me encontré con Él de modo intenso y entrañable. Se me partía el corazón y sentí el deseo de ser coherente cambiando mi vida, ahora sí que confié en Dios pues si no me favorecía yo no era nada. Fue un momento muy fuerte, mi vida, a lo que le dedicaba más tiempo que eran mis relaciones sociales y mis amistades se acomodó de otra manera. 

Cristo dejó de ser un factor en mi vida para convertirse en la razón de mi vida, ya no me relacioné con Él de modo teórico ofreciéndole mi trabajo, lo de cada día, sino viviendo con Él una relación personal que me cautivó ya para siempre y te aseguro que hasta entonces empecé a ser yo misma, me sentí libre de las expectativas de los demás, empecé a ver con ojos nuevos todas las cosas y donde volteara lo veía a Él. 

No sé si tenía fe o era el amor, Su Amor, el que me hacía promover relaciones diferentes con los demás, con la Iglesia, con la sociedad, con el mundo entero… ahora todo lo veía relacionado, todo estaba conectado… ahora sí podía hacer algo por Dios, pero ya no mis gustos sino lo que Él quisiera.  Como sabía lo fácil que era equivocarme, siempre consultaba con personas que podían aclarar mis pensamientos y sentimientos antes de decidir cosas importantes.   Fue en esta época cuando cambié mi nombre… obvio… no podía llamarme sino TERESA DE JESÚS.

Esto es lo que quería compartirte, lo demás, búscalo en los libros. Me mandaron escribir en diferentes momentos lo que viví, lo que enseñé, lo que experimentaba en la oración, el ir y venir para fundar conventos, más cerca del final de mi vida me pidieron que escribiera algo que resultó ser como un resumen de todo, ya estaba vieja y con malestares, pero escribí rápido, total, no había que inventar nada pues sólo era anotar lo que Dios había hecho en mí, a través de mí y, si te soy franca, a pesar de mí. Lo que realmente importaba era dejar constancia de que Dios es siempre bueno y generoso, que se dedica a amar, a amarnos si le abrimos la puerta, que es la oración, que nos ama más de lo que nosotros podemos amar o entendemos.  Nos toca creerle y encontrar en qué nos detenemos para no lanzarnos a ir por sus caminos; aunque siempre caminamos con miedo tenemos la seguridad de que camina junto a nosotros y que por donde Él pase vamos a poder pasar pues siempre pasa primero para animarnos… Te aseguro que vivir así, aunque es una gran aventura, no es novela.  Yo lo viví, no inventé nada.

Cuando a los 67 años por fin el Señor me acogió en Su Misericordia, a muchas personas les dio por juntar mis cartas, los poemas caseros que escribí y hasta lo que consultaba sobre mis cosas de conciencia, lo escribí por mandato lo hicieron libros… En fin, que el Señor siga haciendo lo que quiera pues sólo sabe amar y lo hace muy bien.

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