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Ha pasado muy poco desde que te conocí, desde que nos encontramos por primera vez, recuerdo que fue en las moradas y después en la vida concreta de mujeres que también son de Jesús, creo que en algo coinciden o más bien dicho, con Alguien. 

Confieso que, como en toda relación, conocerte ha sido un reto, y no sólo para que mi corazón te comprenda sino para que sienta la profundidad y hondura que traspasa los límites humanos, porque solo desde ahí estoy segura es que hay posibilidad de encuentro, el encuentro que me has enseñado que se logra con silencio, oración, humildad y ¡Cuánto cuesta querida mía!, sé que también tú pasaste por este proceso; despertar el alma a los bienes divinos y que eso bastara para todo, y te digo que no es tarea sencilla porque habremos algunas almas –si no es que todas- que el mundo terreno nos sigue siendo atractivo, y sé que me dirás que no corra, es cierto, sé que me dirás que estuviste muchos años sintiendo que los placeres del mundo te arrebataban el corazón, que todo es normal para un alma que está en búsqueda, que quiere encontrar a su Señor, que quiere hacerse toda suya porque en Él solo encuentra su contento y desespera por tener ya un corazón indiviso, todas estas cosas inquietan, pero también revelan, revelan que es posible vivir en búsqueda, que es necesario abrir espacios habitados para encontrar, que aún en la duda y la desolación la gracia germina, no sé sabe cómo, pero crece la semilla y ¿te digo algo? Lo aprendí de ti, aprendo que aun cuando más indigna me siento, cuando parece que todo se derrumba porque vuelvo a caer y tropiezo con la misma piedra es que la gracia sigue derramándose y de pronto sucede, llueve, sin mérito o merecimiento, solo cae agua del cielo y cuando cae, algunas correrán a esconderse para no mojarse, otras sacarán el balde para tener más de esa agua, algunas otras contemplarán y ojalá que otras tantas cosechen los frutos que después vendrán porque el jardín comenzará a florecer, en fin todas obras de nuestro Señor amado, somos obra en sus manos, barro de su tierra… 

Teresa, encontrarme contigo me lleva a preguntarme ¿qué hace una mujer como yo, intentando conectar con una mujer como tú? A veces, creo que no te entiendo mucho pero otras, siento tu pasión al borde de mis sentidos, lo veo como fuego que también arde en mi interior y no porque tu experiencia sea igual a la mía, sino porque coincidimos con Aquel que nos hace sentir esto, con Aquel que lo provoca; Jesús. Cuando te miro hablando con Él me haces replantearme ¿cómo va mi relación con Él?, pero también ¿cómo va mi relación conmigo misma, con las y los otros? Porque es muy fácil encerrarme en una relación intimista e individual a solas con Jesús, que no abre y no se entiende y extiende en obras, miro y admiro ver cómo te conocías, cómo reconocías la herida y lo que de ella venía, te sabías tan humana pero divinamente amada que al ver que tu corazón tomaba otro camino lo único que podía traerte de vuelta a casa era recibiendo el abrazo del cielo en la tierra a través de la oración, ubicabas perfectamente cuando tu voluntad y afectos no se ordenaban a la voluntad de Dios, veo la capacidad para examinar tu mente y corazón con verdad, nombrando, aceptando y otra vez presentándote ante Jesús para decirle; Señor esta es la que soy, entonces al ser testigo de esto, creo que no es tan alejada tu realidad del siglo XVI a mi realidad del siglo XXI, parece que no hay tantos siglos de diferencia, ahora comprendo y veo alcanzable también lo que me pide Enrique “ser otra Teresa de Jesús” y si lo miro así, creo que es posible, Jesús lo quiere, tú lo quieres, Enrique lo quiere, que se cumpla como lo han soñado para mí. 

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